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Mostrando las entradas etiquetadas como Historias

Shang-Tze

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Shang-Tze La primera mascota felina que tuvimos fue un tigre. Shang-Tze, un viajero sin rumbo había venido cargándolo desde que llegó a México. Evidentemente, los primeros cuestionamientos que me hice fueron ¿cómo era posible que alguien hubiese ingresado al país sin ser descubierto con tal fauna? Y más aun, ¿no era acaso demasiado riesgoso llevar entre las pertenencias a un animal de ese tipo conociendo su naturaleza salvaje? Shang-Tze, que hablaba un poco de español, trató de relatar su llegada clandestina en uno de los barcos de carga desde su país. Conforme platicaba, en un español poco entendible, llegué a comprender que él había salido ilegalmente y del mismo modo buscaba establecerse en algún lugar del mundo que no fuese su misma patria. Por algún designio de la suerte a su favor basado en su animal del calendario chino, o algo así logré entender, Shang-Tze confiaba en que tendría éxito y se alentaba así mismo. Confiando en esa ilusión logró burlar cercos, huir sin ser perse...

Mérida

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Mérida Aquella mañana, la visibilidad en el camino era limitada. Al salir de casa y caminar sobre el césped, se podía observar cómo quedaban impregnadas las gotas de rocío sobre la superficie de los zapatos sin lustrar. La piel oscura del calzado absorbía la humedad y había una sensación de frío en los dedos de los pies. A lo largo del camino, mientras caminaba a prisa para llegar antes del toque del timbre de la escuela, la neblina opacaba su visibilidad. Sentía la humedad en su rostro. Pequeñas partículas de agua se adherían a sus pestañas y sobre el vello que crecía en sus brazos. Leyó el tiempo en su reloj de pulsera y se apresuró cuando ya quedaban tan sólo un par de minutos para el toque de entrada. Al llegar saludó a Rossy que siempre le sonreía y le recordaba nuevamente que debía ser más puntual, algo que jamás pudo ser. Al llegar al salón, ya estaban muchos de sus compañeros. Jota, como la llamaban todos, estaba junto a la ventana. Tenía la mirada puesta en algún punt...

Borrachera

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Borrachera Primero sonó el poc poc de las botellas al abrirse y le siguió el din din de las corcholatas al golpear el concreto. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Ocho brazos alzados sosteniendo una botella, y un vapor casi invisible ascendía mientras todos regresábamos nuestro brazo para beber de la oscura botella. Un golpe diferido se escuchó sobre nuestra mesa y comenzamos a charlar. Saciábamos nuestra sed con la amarga combinación helada que llegaba a raspar mi garganta. Permanecí callado, viendo sudar de frío a mi botella; las gotas deslizándose, deteniéndose e invitándome a fijar mi mirada en ellas. Trago a trago terminé mi primera cerveza. Pasaron cinco rondas, luego la sexta, y la séptima fue por mi cuenta. Estuve a punto de la incontinencia pero reaccioné a tiempo. Antes de que la octava ronda fuera servida, regresaba un poco tambaleante y veía el suelo un poco alejado de mí. — ¿Qué dicen? No, yo ya me voy. El techo se está descascar...

La flor

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La flor Me animé a caminar por la senda de lodo sólo porque la semana pasada Xochitl me pidió que como regalo de cumpleaños le llevara alguna flor silvestre desconocida. Para saber cuál podría ser una de éstas, hice una búsqueda por la red. Pasé mañanas y noches dándole clics interminables al ratón. Por mucho que mi búsqueda se redujera, todo era en vano. Al final del jueves me di cuenta de un error terrible, si algo era desconocido, no debía aparecer en ninguna publicación. Así que después de reconocer este error terrible, me aventuré a caminar por el bosque. Le conté a mis hermanos que iría a buscar una flor desconocida y como era de esperarse me preguntaron que cómo la reconocería si no la conocía. Me quedé pensativo pero a pesar de su observación, decidí continuar con mi búsqueda. No intentaron detenerme porque pensaron que de todos modos lo haría a pesar de sus advertencias. Canica, mi amigo, me dijo que era peligroso y me aconsejó llevar algo como contra para los seres que v...

Hágalo usted mismo

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Hágalo usted mismo Usted debe de estarse preguntando "¿qué hago ahora?" Se encuentra en el sillón de su casa, bajo una lámpara fluorescente que le causa menos calor que los antiguos focos de 100 watts que de igual modo, le llenaban la sala de mosquitos zumbadores y otros insectos diminutos que giraban en torno a la bombilla. Entonces piensa que lo que hay en el televisor es lo mismo que le repiten todos los días con la intención de que se vuelva usted un consumista. Cambia de un canal a otro pero todo es lo mismo. Por eso ha apagado el televisor y se encuentra haciéndose esa pregunta que no puede salir de su cabeza "¿qué hago?" Usted se levanta del floreado sillón cómodo que ha elegido su esposa y se estira un poco para desentumirse, como dicen los abuelitos. De uno de sus muebles en la sala, toma la pequeña mochila, desliza el cierre con cierta rapidez y desenfunda su tableta electrónica para conectarse a una realidad virtual parecida a la de la televisión...

Negra y La Guaya

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Negra y La Guaya Mis recuerdos sobre aquella guaya no están muy claros. La existencia de ella era de tiempos muy anteriores a mi llegada por aquellos rumbos. Lo más antiguo que recuerdo es el nombre de Negra. Cuando estaba en segundo o tercer año de primaria aquel nombre comenzaba a sonar. Pero recuerdo perfectamente bien que fue hasta cuarto año cuando Negra era un referente que continúa todavía rondando en mi cabeza. Ella era una mujer de avanzada edad; tal vez había vivido unos setenta años para aquel entonces. Era típico encontrarla por las mañanas en su pequeña tienda donde muchos de los niños que pasábamos por ahí la frecuentábamos acaso para pedir un licuado frío en las mañanas de primavera, por los tiempos de mayo, cuando el calor era insoportable. Era una vieja con un carácter fuerte. Algunos de nosotros le temíamos por los altercados que algunos de nuestros compañeros habían tenido con ella. Lo más impactante de aquellos encuentros agresivos que recuerdo fue la ocasión e...

Otro día para vivir

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Otro día para vivir Llegué puntual al establecimiento donde Rocío se encontraba trabajando, creo que ese es su nombre porque Celia siempre le dice Chio. Casualmente Celia no estaba ese día y no estoy muy seguro pero creo que ella siempre llega después de las once de la mañana. La última vez que la vi estábamos todos esperando que se diera el resultado del cónclave en Roma. Tuvimos que esperar mucho tiempo antes de que esto sucediera y todavía más por el hecho de que ese día había un grupo de electricistas haciendo reparaciones a las instalaciones eléctricas de la plaza completa. Yo tenía mucha prisa aquel día porque había prometido regresar pronto a casa y tener una plática inconclusa vía mensajería instantánea; por poco no termino aquella plática inconclusa, pero llegué justo cuando mi interlocutora estaba por cerrar su cuenta de correo. Esa fue la última vez que vi a Celia y recuerdo bien que eran más o menos las 12 del día.  No la encontré en mi última visita porque en r...