Borrachera


Borrachera


Primero sonó el poc poc de las botellas al abrirse y le siguió el din din de las corcholatas al golpear el concreto. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Salud. Ocho brazos alzados sosteniendo una botella, y un vapor casi invisible ascendía mientras todos regresábamos nuestro brazo para beber de la oscura botella. Un golpe diferido se escuchó sobre nuestra mesa y comenzamos a charlar. Saciábamos nuestra sed con la amarga combinación helada que llegaba a raspar mi garganta. Permanecí callado, viendo sudar de frío a mi botella; las gotas deslizándose, deteniéndose e invitándome a fijar mi mirada en ellas. Trago a trago terminé mi primera cerveza. Pasaron cinco rondas, luego la sexta, y la séptima fue por mi cuenta. Estuve a punto de la incontinencia pero reaccioné a tiempo. Antes de que la octava ronda fuera servida, regresaba un poco tambaleante y veía el suelo un poco alejado de mí.

¿Qué dicen? No, yo ya me voy.

El techo se está descascarando, pareciera que una serpiente está mudando de piel. Regresa a mí una imagen con la frialdad del suelo. ¿Cuántas cervezas fueron? Me quedé en la octava y dije que me iba. El dolor de cabeza es insoportable pero no puedo moverme. El techo gira y mis ojos se desorbitan. Todo está callado pero escucho el aleteo de las moscas que vuelan cerca de mi oído y me molesta sobremanera. Intento ahuyentarlas con mis manos pero me pesan demasiado. Muevo sólo mis ojos para ver por debajo de la cama mientras sigo en el suelo, recuperándome de la terrible tormenta de la resaca. Voy a dormirme.

Ya viene Salvador con las cervezas heladas para saciar esta sed que nos causan los cuarenta y cuatro grados. Se destapan y todos brindamos como cualquier grupo; entonamos un “salud” colectivo que se escucha en ocho tonos y nuestros brazos alzados regresan elásticamente para llevar el pico de las botellas a nuestras bocas, glu, glu, glu y un sonido final sobre la mesa abre de nuevo la conversación que habíamos comenzado mientras llegábamos a “Las Chacas”, la cantina clandestina recomendada por la población. Sé que sólo será una cerveza para el calor y después nos vamos. Amarga como la vida, siempre he imaginado así a la cerveza; mas entiendo ahora que es un buen suero y es irónico ver que mi cerveza está sudando de frío. Veo que las gotas gordas resbalan lentamente y se extienden como un riachuelo que fluye por los canales delgados de la mesa blanca. Sólo una. Me levanto para irme.

Iba sólo por una cerveza. Quería refrescarme y no podría describir la sensación de aquella bebida ingerida llegando a mi estómago. Fue algo prodigioso, diría yo. No entendía cómo mi sed era saciada por la amargura y al mismo tiempo cómo el infierno de los cuarenta y cuatro grados se convertía tan sólo en una verdad que expiraba con cada trago que daba. Me levanté para dejar a mis compañeros y ya me despedía pero pronto llegó la segunda cerveza. Los siete que estaban alrededor de la mesa concordaban en que debía cumplir la tarifa mínima. Mi insistencia debió de haber sido un silencio ante sus oídos de ebrios. Acomodé otra vez mi silla y la arrastré un poco hacia delante para estar cerca. Vinieron las anécdotas de los viejos. Los escuchaba atento sin poder hacer comentarios por mi nula experiencia en los asuntos que se trataban. Mi manía de observar el reloj se apoderó de mí todo el tiempo que tardé en consumir la segunda. Iba a paso lento. Ya no era tan agradable como aquella primera. Antes de que se vertieran los últimos mililitros por mi boca, una tercera estaba ante mis ojos.

La madrugada está muy fresca . ¿Qué hora es? Debo ir a trabajar. Intento girar pero siento muy pesado el cuerpo. Al despertar advierto estar acostado sobre el suelo. ¿Es de madrugada o de noche? Voy a ver la hora. ¿Por qué no me responden las piernas? Se me va a hacer tarde. Nada tiene sentido. Estoy inmóvil sobre el suelo, apenas tengo la fuerza y el ánimo para parpadear. No entiendo qué ocurre. ¿De dónde vienen las punzadas en la cabeza y este olor? Salvador, Xavi ¿dónde están? ¿Cerveza? Huelo a cerveza. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Qué le pasa al techo? Parece una serpiente cambiando de piel. Tengo sueño.

Es la última cerveza que me tomo. Ya es muy tarde y mañana tengo que trabajar temprano, no saben cómo me divertí pero debo irme.
Ahorita te llevamos —comentó Sergio.
¿Qué dicen? No, yo ya me voy. Nos vemos mañana.

Me tomé las tres de regla, como dice Salvador pero ahora no puedo parar, quiero otra. ¿A quién le toca invitar las otras? Voy a decirle a Eliseo que pida una para mí también. Llevan una delante de mí; no voy a dejar que me lleven ventaja. Intento beber el contenido completo de mi botella de un solo trago mas no tengo éxito. “Despacio” —dice Alfonso—. Bebo otra vez y termino victorioso. Ahora estamos en la misma condición y vamos por las otras.

¿Quién toca a la puerta? Tengo sed y el techo no ha parado de dar vueltas. ¡Agua! ¡Denme agua! Trato de contestar al golpeteo sobre mi puerta pero se me ahogan las palabras y tan solo giro el cuello para el lado opuesto de la puerta. No he podido levantarme de aquí y sigo sin saber la hora. ¡Agua, por favor! —repito en mi cabeza y trato de gritarlo sin emitir un solo sonido. ¿A qué hora llegué? ¿Quién me trajo? Xavi, no está Xavi. Creo que ya es muy tarde y no voy a llegar al trabajo. No creo que digan algo por faltar un día. No hay más golpes en la puerta; me he quedado sólo otra vez con estas moscas que siguen zumbando en mi oído. ¿Por qué hay tantas moscas?

Vámonos Xavi. Vámonos que ya no…

Ahorita nos vamos, todavía es temprano.

No traje llaves y el único que puede abrir la puerta es Xavi. Cómo se me fueron a olvidar las llaves. ¿Por qué acepté venir con esta bola de borrachos? Ya soy uno de ellos sin quererlo. La cerveza no sabe tan mal después de todo. Ya le agarré cariño.

Apúrate Xavi. Ya es muy noche.

Yo invito esta ronda. Pidan las demás. Ya que estamos en confianza, quiero hacer un brindis porque hoy me estoy empedando con mis amigos. Hoy les debo a ustedes la respuesta a un enigma que nunca había podido entender: la pinche vida amarga se endulza con la cerveza. No hay penas, no hay dolor, cuáles frustraciones. La vida con cerveza se vive mejor. ¿No?

Vámonos que me voy a dar en la madre. El piso está moviéndose mucho. Quiero vomitar.

Reconozco ese sonido. ¡Agua por favor! Grito pero no sale nada de mi garganta. Alguien introdujo la llave en el cerrojo de la puerta y encienden la luz. Corre Manuel hacia mí y su cara palidece. ¿Será el reflejo de la luz blanca que le pega en la cara? Me duele la cabeza y trato de decirle que sólo quiero agua porque tengo mucha sed pero no me entiende. ¡Agua, sólo quiero agua! ¿No entiendes? Manuel me deja de nuevo en el suelo y sale corriendo con su cara pálida. Llega corriendo otra vez. ¿Quiénes son ellos? ¡Quiero agua! —les digo a todos con mi mirada porque sigo sin poder hablar pero en lugar de traérmela, me levantan entre cinco y me conducen a través de la puerta. ¿A dónde me llevan? ¿Dónde está Xavi, Liz? Es de noche. ¿Es hoy o es ayer? ¿Por qué me suben en esa camioneta? Miro a Liz y le pregunto por Xavi pero no me entiende por mi mirada desorbitada. Se puso en marcha la camioneta ¿a dónde vamos?

El poc poc de las botellas cuando se destapan suena raro pero el din din de la corcholatas me es familiar. Antes siempre tomábamos refrescos de botella y coleccionaba corcholatas para jugar a lanzarlas como proyectiles con mi pedazo de tabla y las ligas. ¿Qué hago con esta bola de borrachines? Voy a acompañarlos con una. Me preguntó cómo va a terminar esto. No tengo idea de cómo se siente estar crudo. Nada más una y me voy. El sudor de la cerveza fría asemeja la imagen de que la botella estuviera llorando. Qué cosas se me ocurren. Una y me voy.

¿Dónde estoy? ¿A qué hora llegué? Qué hago en el suelo. ¿Qué hora es? Voy a dormir. ¿Me subí a la cama? Oigo que el de bata murmura algo pero no logro entenderlo y platica con los otros por varios minutos. ¿Qué hacen aquí Manuel y Liz? ¿Quién se intoxicó? Tengo sueño, déjenme dormir.




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