Ascenso

Ascenso

Despierto. Desconozco la hora. Al parecer comenzó a llover hace muy poco tiempo. Volteo a la izquierda y a la derecha para notar que al lado están todos. Ellos siguen durmiendo. Levanto la vista al cielo. Al hacerlo, la llovizna hace que parpadee y cierre rápidamente mis ojos. El agua de lluvia está fría. Todos empiezan a despertar y se sorprenden por la lluvia. No sabemos la hora, ninguno. Deben de ser tal vez las seis. La lluvia comienza a ser más intensa. Todos nos levantamos y comenzamos a guardar las bolsas para dormir. Estamos al aire libre y buscamos guarecernos pero no hay lugar que nos pueda cubrir de esta lluvia. Comenzamos a movernos más rápido. Todos queremos huir. Buscamos los impermeables entre las mochilas y tratamos de refugiarnos bajo unos árboles pero poco podemos cubrirnos. Aguardamos. Seguimos esperando que la lluvia disminuya para poder avanzar. Debían de ser las seis cuando nos despertamos todos, a juzgar por la claridad de la mañana, debían de ser la seis como pensé. Queremos caminar pero seguimos aquí, bajo los árboles.

Cuando iniciamos este descenso por la montaña, lo primero que pude observar fue el espeso verdor de las plantas, hierba y de los árboles y un poco a lo lejos también podían verse las rocas gigantes y las paredes grises de la montaña. Abajo, muy abajo, se mostraba un río quieto de aguas verdosas.

Al mirar el suelo que piso, veo el lodo alrededor de mis botas. La coloración café del barro y el agua asemejan a estar pisando chocolate, chocolate frío derretido, pienso. Y se escuchan las cigarras con su ruido agudo que me hace pensar en lo callado que es el lugar como para que el sonido de esos insectos sea tan claro. Uno de los del grupo extiende la mano y nota que la lluvia ha disminuido un poco. Acordamos que es momento para avanzar. Bajar primero la pendiente pequeña que nos llevará al puente y de ahí hacia arriba.

Encontramos que las piedras gigantes que miramos de lejos, lo eran aún más cuando estuvimos frente a ellas. Eran inmensas, como montañas pequeñas sin la capa verdosa que cubre toda esa región. Y el río era un caudal feroz que podía arrastrar y envolver todo lo que a su paso encontrara y lo despedazaba contra las piedras colosales. Temimos y avanzamos cautelosamente.

Al llegar al puente ya íbamos sudando bajo los impermeables plásticos que nos cubrían. No sabíamos qué era mejor si haber caminado desde un principio sin impermeables aún con la lluvia o haberlos usado sin saber que terminaríamos también empapados. Ya no importaba nada. Sentí mucha sed y, tal como la tarde anterior, cuando cruzamos el puente, bebí del agua fría que escurría por entre las rocas. Me sacié y mis compañeros también lo hicieron. Estando listos, emprendimos el ascenso.

No conocíamos bien el camino a la orilla del río y a pesar de ello nos aventuramos a seguir un sendero desconocido. Coincidíamos en que a algún lugar nos llevaría ese camino. Anduvimos no recuerdo cuánto tiempo. Nos detuvimos a descansar sobre una de esas rocas gigantes y comenzamos a charlar sobre las historias que nos habían contado sobre el lugar. Todos tuvimos algo que contar.

Desde que comenzábamos a ascender, sentí que mi carga era más pesada de lo que la recordaba. Pensé que era lógico porque ahora íbamos en ascenso. Mis pasos se volvieron tortuosos algunos metros arriba. Tuve que detenerme muchas veces a descansar y también detuve el ritmo de camino de mis demás compañeros. Todos me veían mal. Parecía que nunca hubiese caminado. El cansancio era extenuante. Mis piernas no respondían y sentía que la espalda se me partía. Estaba muy agitado y al reiniciar mis caminatas nuevamente, había un temblor raro en mis piernas. Pero continué.

Todos estábamos sentados en una de esas piedras colosales y buscábamos, a ratos, poder recostarnos pero era muy incómodo, entonces, optamos por retomar el camino y nos encontramos el puente colgante viejo del que habíamos escuchado muchas historias. Recordé las que habían platicado mis compañeros y les pregunté “¿seguro que es tan viejo como cuentan?” Miré hacia abajo para confirmar que sí había unos pilares enormes con las marcas que hacían alusión a aruños de personas; noté también espacios vacíos en la construcción, que de acuerdo a las historias, tenían una explicación algo aterradora.

Cuando llegamos al inicio de los escalones de concreto me sentí aliviado. Recordé bien que la tarde anterior, al iniciar el recorrido de exploración, ese era el punto más cercano al pueblo. Así que pensé que tan solo necesitaba aguantar unos cuantos minutos más y pronto estaríamos de nuevo en casa. Al avanzar, nos sorprendió de nuevo la lluvia, esta vez fue más intensa, tanto que de nada sirvieron nuestros intentos por protegernos de ella.

Al atravesar el puente, a lo lejos noté que no había inicio. Mire de frente de nuevo y tampoco había final. Al parecer nunca atravesamos un puente. Busqué a los demás, giré la cabeza a la derecha y luego a la izquierda y todos estaban durmiendo. Levanté la vista al cielo y noté que comenzaba a llover. Unas horas después todos estábamos en la cima, tomábamos café dentro de una casa; exhaustos, cansados y yo parecía haber dejado las alucinaciones.



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