Ser madre

Ser madre


Debe de ser difícil ser mujer. Hay tantas cosas que nosotros los varones no entendemos de ustedes. No entendemos la forma de ver los colores. Tampoco sabemos a qué se parece su tristeza, su alegría o su llanto. Pero creo que hay cosas mucho más complejas de entender. Y creo, sin duda, que la más difícil de ellas es ser madres.


Cuando vas a ser madre

Cuando no eres madre te importa simplemente ser mujer. Tus prioridades son sobre ti, sobre el cuidado de tu persona: llevar unas bonitas zapatillas, un bolso que combine con éstas, el vestido bonito que por fin lograste encontrar a tu medida y que puede combinarse con muchos accesorios incluyendo la bolsa y las zapatillas. Pero quizá en tu cabeza ya se alberga la posibilidad de ser la tierra fértil para un pequeño ser. Y puede que imagines a ese pedacito de carne dentro de ti. Aunque a decir verdad, es tan sólo una idea y ésta va y viene. 

Pasa el tiempo. Las cosas cambian. Hay dentro de ti algo que nuevamente sugiere la necesidad de llevar dentro de ti unas palpitaciones minúsculas. Pero éstas tan sólo son ficciones etéreas que no dilucidas. Vuelves al principio de todo, a ti. Un día, sin embargo, te ves sorprendida. Tu ciclo finito se interrumpe. Puede ser verdaderamente una sorpresa: los cuidados no fueron suficientes. Puede ser también el resultado del llamado constante que hacías por saberte madre. Se transforma todo. Comienzan las preocupaciones. Los zapatos ya no suelen encajar bien en tus pies delicados. Tus mejores prendas han dejado de verse bien en tu cuerpo, ahora. Las noches se han hecho más pesadas, más complejas, llenas de ideas que no tenías. El sueño se ahuyenta, las ojeras se notan más. Tu prisa se ha hecho relajada. Caminas lento. Y dentro de ti, día a día se forma sin descanso, un cuerpecito delicado que sólo tú sabes proteger desde su gestación.


Cuando eres madre

Oyes llanto. Y ese ruido sin sentido ahora se convierte en una melodía: significa vida. A tu lado yace un ser todavía sin facciones que determinen con precisión a quién se parece. Solo puedes saber que es una niña o un niño. En tu memoria se graba esa primera imagen del ser que llevaste en vientre por muchas semanas, que ahora ve la luz y busca tus brazos. Empiezan los cuidados. Amamantas y sabes que significa sacrificar una parte de tu estética femenina, pero sabes que lo vale. Velas, a veces noches enteras, a veces noches parciales y notas la agitación en su pecho cuando respira. Cierras lo ojos y ya ha amanecido. Tu sueño día a día se hace más breve. Una noche algo sucede, su llanto no cesa, su cuerpo hierve, se agita demasiado. Se apodera de ti la desesperación, corres y en tu camino comienzan las mil oraciones que ya habías olvidado. Todo está bien. Era fiebre, algún malestar de esos que siempre tienen los bebés, de esos que de no ser atendidos pueden costar la vida. Sigues velando. Sigues orando, quizá llorando y confiando en que nunca más se volverá a repetir.

Se escuchan balbuceos sin sentido “da, bu, ad, ba”. ¡Qué alegría, parece que quiere hablar! Se escucha la palabra mágica ¡mamá! Un brillo nuevo embellece tu rostro. Le abrazas a tu pecho y le besas sin parar. Se empieza a sentar. De pronto gatea, luego busca apoyo, se irgue, pero no logra sostenerse, cae. Cuando logra erguirse estás ahí, a su lado, sostienes su mano, y cuidas sus pasos débiles que se fortalecen conforme más caminan juntos. Un día oyes pasitos, viene hacia ti, riendo, buscando tus brazos y aunque no llega, le tomas el cuerpo y evitas que caiga.

Ahora habla, come más, camina, corre, ríe, comienza a ser uno más como tú o como yo. Le educas. “Evita las mentiras, guarda silencio, más despacio, ven a comer, limpia tu cuarto, despierta, ayúdame…” La escuela espera. El primer día sin verse. Puede que haya llanto. Piensas que comienza a alejarse de ti. Ahora desempolvas tus talentos, aquellos que alguna vez habías olvidado. Eres maestra, diseñadora, inventora, pintora, guardia, filósofa, nutrióloga […] mamá. Viene el primer festival en tu honor. Te vistes para la ocasión. Su actuación para ti es la mejor. De improviso, tus ojitos se vuelven cristalinos y un pañuelo se acerca a tus mejillas. Termina el número.

De aquel ser tierno empieza a quedar poco. Has dejado de serle interesante. Los amigos le rodean. Empiezan algunos problemas. Te empieza a llamar vieja. Pero sabes cómo manejar la situación. No lo aprendiste en ningún manual, sólo lo sabes porque eres mamá. Pero no es suficiente y te empiezas a preguntar qué has hecho mal. Es cuestión de tiempo hasta que un día no se ven más. Aunque sabes que estarás más tranquila porque será una carga menos, sabes también que seguirá siendo tu preocupación. Regresa aquel tiempo en que solías velarle cuando era bebé. Y retomas de nuevo tus oraciones, todo con tal de que esté bien donde quiera que se encuentre. Esperas una llamada o una visita sorpresa. Llama, hablan y sostienes con fuerza tus emociones para que no se salga tu euforia o tus lágrimas por sentirte feliz. Le cuentas de todo y le mientes un poquito porque no quieres que se preocupe. Sufres algunos dolores, tal vez has dejado de comer. Pero no lo haces notar. Un día te anuncia que va y le ves ahora con muchos cambios. Contienes tu alegría y le consientes como solías hacerlo muchos años atrás. Está en casa y le disfrutas. Sabes mucho de su vida sin que te cuente una sola cosa. Tiene problemas. Está triste. Sufre de cansancio. Está feliz. 


Pasan años. Una sorpresa. Ahora eres abuela.


Cuando dejas de ser madre

Ha pasado mucho tiempo. Has olvidado un poco saber qué se siente ser madre de un ser diminuto. Ves a tu nieta o a tu nieto y siendo abuela revives muchas de tus aptitudes cuando con tu bebé. Vuelves a ser madre y podría decir nunca dejas de serlo. Quizá ese estado sólo llega cuando duermes porque no te vemos. Pero quizá no sea así, quizá incluso en sueños nos sigas acompañando y sigas pensando en nosotros como siempre lo has hecho, como sólo tú sabes mamá.



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