Tres días para ver
Tres días para ver
de Hellen Keller
Los derechos del texto original en inglés corresponden a The Atlantic Monthly.
January 1933; Three Days to See; Volume 151, No. 1; pages 35-42
January 1933; Three Days to See; Volume 151, No. 1; pages 35-42
Traducción al español de Rolando Blas Sánchez
I
Todos hemos leído historias emocionantes en las que el héroe tenía un tiempo específico y limitado para vivir. A veces era todo un año; a veces tan solo unas veinticuatro horas. Pero siempre nos interesaba descubrir cómo decidía pasar sus últimos días u horas ese hombre condenado a morir. Hablo, por supuesto, de hombres libres que pueden elegir, no de criminales condenados cuyas actividades están estrictamente delimitadas.
Ese tipo de historias nos hacen pensar o preguntarnos qué haríamos en circunstancias similares. ¿Qué eventos, qué experiencias, qué asociaciones vendrían a nuestra mente en esas últimas horas como mortales? ¿Qué momentos felices encontraríamos al revisar nuestro pasado, qué lamentaciones?
Algunas veces he pensado que sería una regla excelente vivir cada día como si fuéramos a morir mañana. Una actitud como esa enfatizaría en gran medida los valores de la vida. Viviríamos cada día con una gentileza, un vigor y una agudeza de aprecio que son cosas que muy a menudo perdemos cuando vemos que el tiempo se extiende en el panorama constante de los días, meses y años que están por venir. Algunas personas, por supuesto, adoptarían la frase epicúrea de "Come, bebe y sé feliz", pero la mayoría se disciplinaría por la certeza de la muerte inminente. En las historias, el héroe condenado a morir es salvado en el último minuto por un golpe de suerte, y casi siempre, su sentido de los valores cambia. Aprecia más el significado de la vida y sus valores espirituales permanentes. En muchos casos, se ha notado que aquellos que viven, o han vivido, en la sombra de la muerte le ponen un toque de dulzura a todas las cosas que hacen.
Sin embargo, la mayoría de nosotros damos la vida por hecho. Sabemos que vamos a morir algún día pero lo imaginamos en un futuro muy lejano. Cuando gozamos de buena salud, la muerte nos parece inimaginable. Casi ni pensamos en ella. Los días se extienden en un panorama interminable. Así que continuamos con nuestras pequeñas tareas, muy poco conscientes de nuestra apática actitud hacia la vida.
El mismo letargo, temo, caracteriza el uso de nuestras facultades y sentidos. Sólo los sordos aprecian el sentido de oído, sólo el invidente se da cuenta de las múltiples bendiciones que se encuentran en la vista. Esta observación se aplica en aquellos que han perdido la vista y la audición en la vida adulta. Pero aquellos que nunca han sufrido deterioro de la vista o audición rara vez han usado al máximo estas facultades benditas. Sus ojos y oídos perciben vagamente todos los sonidos e imágenes, sin concentración y con poca apreciación. Es la misma vieja historia de no ser agradecido por lo que se tiene hasta que se pierde, de no saber lo saludable que estamos hasta que nos enfermamos.
En ocasiones he pensado que sería una bendición si cada ser humano quedara invidente o sordo por cierto tiempo en algún punto de su vida adulta. La oscuridad lo haría apreciar más la vista; el silencio le enseñaría la alegría del sonido.
De vez en cuando he puesto a prueba a mis amigos que pueden ver para descubrir qué ven. Recientemente me visitó una muy buena amiga que acababa de regresar de una larga caminata por el bosque y al volver le pregunté qué había observado. "Nada en particular" --contestó ella. Hubiese parecido incrédula si no estuviera acostumbrada a respuestas de ese tipo, ya que desde hace mucho me he convencido de que los que ven, ven poco.
¿Cómo era posible --me pregunté-- haber caminado durante una hora por el bosque y no haber visto nada que valiera la pena notar? Yo, que no puedo ver, encuentro cientos de cosas que me interesan a través del mero tacto. Siento la delicada simetría de una hoja. Paso mis manos cariñosamente por encima de la suave piel de un abedul o de la áspera y gruesa corteza de un pino. En la primavera, toco las ramas de los árboles con la esperanza de encontrar un brote, el primer signo del despertar de la naturaleza después del sueño invernal. Siento la agradable textura aterciopelada de una flor y descubro sus notables circunvoluciones y algo del milagro de la naturaleza se me revela.
Ocasionalmente, si tengo suerte, coloco mi mano suavemente sobre un árbol pequeño y siento el estremecimiento feliz de un ave cantando plenamente. Estoy encantada de sentir las frías aguas de un arroyo correr a través de mis dedos abiertos. Para mí, una alfombra exuberante de hojas de pino o de hierba esponjosa es mejor acogida que el tapete persa más lujoso. Para mí el desfile de estaciones es un drama emocionante e interminable, una acción que fluye a través de la punta de mis dedos.
A veces mi corazón clama con ansia ver todas estas cosas. Si puedo captar tanto placer tan solo con el tacto, cuánta más belleza podría revelárseme por medio de la vista. Sin embargo, aquellos que tienen ojos aparentemente ven poco. El panorama de color y acción que llena el mundo se da por sentado. Tal vez sea algo humano apreciar poco aquello que tenemos y anhelar lo que no. Pero es una gran lástima que en el mundo de la luz, el don de la vista se use solamente como mera comodidad y no como un medio para agregarle plenitud a la vida.
Si fuera la presidenta de una universidad, establecería un curso obligatorio llamado "Cómo usar tus ojos". El maestro trataría de mostrarles a sus estudiantes cómo podrían agregarle alegría a sus vidas viendo de verdad lo que pasa inadvertido ante ellos. Trataría de despertar sus facultades perezosas y durmientes.
II
Quizá lo puedo ilustrar mejor si imagino qué es lo que me gustaría ver si se me concediera el uso de mis ojos, digamos, por unos tres días. Y mientras lo imagino, supongan también, pongan a trabajar su mente en el problema de cómo usarían sus ojos si tan sólo tuvieran tres días más para ver. Si con la oscuridad que se aproxima la tercera noche supieran que el sol nunca volvería a salir otra vez para ustedes, ¿cómo pasarían esos preciosos días intermedios? ¿Qué es lo que más les gustaría contemplar?
Yo, naturalmente, querría ver las cosas que se han vuelto preciadas para mí en mis años de oscuridad. Ustedes quizá también querrían contemplar las cosas que se han convertido en algo preciado y llevárselas en la memoria cuando llegue esa noche marcada.
Si de milagro se me concedieran tres días para ver seguidos por una recaída en la oscuridad, dividiría ese periodo en tres partes.
El primer día querría ver a las personas cuya amabilidad, gentileza y compañía han hecho que vivir haya valido la pena. Primero me gustaría mirar la cara de mi querida maestra la señora Anne Sullivan Macy, quien vino a mí cuando yo era niña y abrió el mundo exterior para mí. No sólo querría ver el contorno de su cara para poder apreciarla en mi memoria sino para estudiar esa cara y encontrar en ella la evidencia viva de la ternura y paciencia comprensivas con las que cumplió la difícil tarea de educarme. Me gustaría ver en sus ojos esa fuerza de carácter que le ha permitido mantenerse firme de cara a las dificultades además de esa compasión por toda la humanidad que me ha revelado en repetidas ocasiones.
No sé qué es eso de ver el corazón de un amigo a través de esa "ventana del alma", el ojo. Sólo puedo "ver" el contorno de una cara a través de la yema de mis dedos. Puedo detectar risa, pena y muchas otras emociones obvias. Conozco a mis amigos por la sensación de sus caras pero no puedo realmente imaginarme sus personalidades sólo por el tacto. Por supuesto que conozco sus personalidades, por otros medios, a través de los pensamientos que me expresan o de cualquiera de sus acciones. Pero se me niega ese entendimiento profundo sobre ellos que estoy segura vendría si los viera, si observara sus reacciones a varios pensamientos expresados y a distintas circunstancias, si notara las reacciones inmediatas y pasajeras de sus ojos y sus semblantes.
A los amigos que están cerca de mí los conozco bien porque a lo largo de los meses y años se han mostrado como son en todas sus fases; pero de los amigos ocasionales sólo tengo una impresión incompleta, una impresión ganada de un apretón de manos, de las palabras habladas que he tomado de sus labios con las yemas de mis dedos o de las que ellos golpetean en la palma de mi mano.
Cuánto más fácil, cuánto más satisfactorio es para ustedes, que pueden ver, captar de inmediato las cualidades esenciales de otra persona al observar las sutilezas de la expresión, el estremecimiento de un músculo, el revoloteo de una mano. Pero ¿alguna vez se les ha ocurrido usar su vista para ver la naturaleza interna de un amigo o un conocido? ¿No la mayoría de ustedes que ven, captan por casualidad los rasgos exteriores de una cara y las dejan así?
Por ejemplo, ¿pueden describir de manera precisa las caras de cinco de sus mejores amigos? Algunos de ustedes sí, pero muchos no. A modo de experimento, he cuestionado a esposos de mucho tiempo sobre el color de los ojos de sus esposas y muy a menudo expresan vergonzosamente confundidos no saber. Y por cierto, es una queja crónica de las esposas el que sus esposos no noten su vestido nuevo, su sombrero nuevo o cambios hechos en el hogar.
Los ojos de las personas que ven se acostumbran pronto a la rutina de su entorno y sólo ven lo asombroso y espectacular. Pero incluso al ver las vistas más espectaculares, los ojos son perezosos. Los registros de las cortes revelan todos los días qué tan impreciso ven los testigos oculares. Un evento cualquiera puede ser visto de muchas formas por diferentes testigos. Algunos ven más que otros per muy pocos ven todo lo que está dentro del rango de su visión.
¡Oh, las cosas que vería si tuviera el poder de la vista por sólo tres días!
El primero sería un día muy ocupado. Llamaría a todos mis queridos amigos y vería por un largo tiempo sus caras grabando en mi memoria las evidencias exteriores de la belleza que está dentro de ellas. Fijaría mis ojos sobre la cara de un bebé para capturar la ansiosa belleza inocente que antecede a la conciencia del individuo sobre los conflictos que desarrolla la vida.
Y me gustaría mirar los ojos leales confiados de mis perros --el serio, astuto, pequeño terrier escocés-- Darkie y la incondicional y comprensiva gran danés Helga cuyas amistades tiernas, cálidas y juguetonas me son tan reconfortantes.
En ese primer día tan ocupado también vería las pequeñas cosas simples de mi casa. Quiero ver los colores cálidos de los tapetes sobre mis pies, los cuadros en las paredes, las íntimas cosas pequeñas que transforman una casa en un hogar. Fijaría mis ojos respetuosamente en los libros que he leído con tipografía al relieve, pero me interesarían más los libros impresos que leen los que pueden ver. Y haría esto porque durante la larga noche de mi vida, los libros que he leído y aquellos que me han leído han construido un gran faro que me ha revelado los cauces más profundos de la vida y el espíritu humano.
En la tarde de ese primer día en que pueda ver, haría una larga caminata por el bosque y embriagaría mis ojos con las bellezas del mundo de la madre naturaleza, tratando desesperadamente de absorber en unas cuantas horas el vasto esplendor que se despliega constantemente para aquellos que pueden ver. Al volver a casa de mi paseo por el bosque, pasaría por una granja para ver a los pacientes caballos arar el campo (¡tal vez sólo vea un tractor!) y la serena satisfacción de los hombres viviendo cerca de la tierra. Y rezaría por la gloria de un hermoso atardecer.
Cuando anocheciera, experimentaría el doble placer de ver por medio de la luz artificial que el ingenio del hombre ha creado para extender el poder de su vista cuando la madre naturaleza decreta la oscuridad.
En la noche de ese primer día de visión no sería capaz de dormir por la enorme cantidad de recuerdos del día que habría en mi memoria.
III
Al día siguiente --el segundo día de visión-- me levantaría con el amarecer y vería el emocionante milagro por medio del cual la noche se transforma en día. Contemplaría con asombro el panorama magnífico de la luz con el cual el sol despierta a la tierra dormida.
Este día le daría una hojeada al mundo, al pasado y al presente. Me gustaría ver el desfile del progreso del hombre, el caleidoscopio de las épocas. ¿Cómo puede comprimirse tanto en un sólo día? Por medio de los museos, por supuesto. En repetidas ocasiones he visitado el Museo de Historia Natural de Nueva York para tocar con mis manos muchos de los objetos exhibidos ahí, pero he anhelado ver con mis ojos la historia resumida de la tierra y sus habitantes que ahí se muestran –lo animales y las razas de los hombres fotografiados en su ambiente nativo; los cadáveres de dinosaurios y mastodontes que merodeaban por la tierra mucho antes de que el hombre apareciera con su diminuta estatura y poderoso cerebro para conquistar el reino animal; la presentaciones realistas de los procesos de evolución en los animales, en el hombre y en los instrumentos que éste ha usado para modelar un hogar seguro en este planeta; y mil y un otros aspectos de la historia natural.
Me pregunto cuántos lectores de este artículo han visto este panorama de la cara de los seres vivos como se muestra en ese museo inspirador. Muchos, por supuesto, no han tenido la oportunidad pero estoy segura de que muchos de aquellos que sí, no lo han usado. En efecto, hay un lugar para usar sus ojos. Ustedes que pueden ver tienen la oportunidad de pasar muchos días fructíferos ahí, pero yo, con mis tres días imaginarios de visión, podría tan solo echar un vistazo y continuar.
Mi siguiente parada sería en el Museo Metropolitano de Arte porque del mismo modo que el Museo de Historia Natural revela los aspectos materiales del mundo, el Metropolitano muestra las múltiples facetas del espíritu humano. A lo largo de la historia de la humanidad, la necesidad de la expresión artística ha sido casi tan intensa como la necesidad por la comida, la vivienda o la procreación. Y ahí, en las grandes cámaras del Museo Metropolitano, se me revela el espíritu de Egipto, Grecia y Roma según se expresa en su arte. Conozco bien, por medio de mis manos, a los dioses y diosas esculpidos de la tierra del antiguo Nilo. He palpado copias de los frisos del Partenón y he sentido la belleza rítmica de cargar guerreros atenienses. Los Apolos y Venus y La Victoria Alada de Samotracia son amigos de las yemas de mis dedos. Los rasgos de la barba retorcida de Homero son algo que aprecio mucho porque él también conoció la ceguera.
Mis manos han permanecido sobre el mármol viviente de la escultura romana al igual que del de las generaciones posteriores. He pasado mis manos sobre un molde de yeso del inspirador y heroico Moisés de Miguel Ángel; he sentido el poder de Rodin: me ha impresionado el espíritu devoto del tallado de madera del estilo gótico. Estas artes que he tocado tienen un significado para mí, pero fueron creadas para ser vistas en lugar de ser tocadas y yo sólo puedo adivinar la belleza que para mí está escondida. Puedo admirar las líneas simples de un jarrón griego pero me pierdo las decoraciones con figuras.
Así que, en este, mi segundo día de visión, trataría de investigar el alma del hombre a través de su arte. Vería las cosas que conocía por medio de mi tacto. Más espléndido aún, se abriría todo el mundo magnífico de la pintura para mí, desde los italianos primitivos con su serena devoción religiosa, hasta los modernos, con sus visiones febriles. Vería a profundidad los lienzos de Rafael, Leonardo da Vinci, Titian y Rembrandt. Querría darles un festín a mis ojos con los colores cálidos de Veronese, estudiar los misterios de El Greco y capturar una nueva visión de la madre naturaleza gracias a Corot. ¡Vaya, hay demasiado significado y belleza en el arte de los siglos para ustedes que pueden ver!
En mi breve visita a este templo del arte, apenas y podría revisar una fracción de ese mundo grandioso de arte que está abierto para ustedes. Tan sólo tendría una idea superficial. Los artistas me cuentan que para una apreciación profunda y verdadera del arte uno debe educar el ojo. Uno debe aprender, a partir de la experiencia, a ponderar las cualidades de la línea, de la composición, de la forma y del color. Si pudiera ver, me aventuraría felizmente a tan fascinante estudio. Sin embargo, me han dicho que para muchos de ustedes que pueden ver, el mundo del arte es como una noche oscura, inexplorada y sin iluminación.
Dejaría con extrema reticencia el Museo Metropolitano, el cual contiene la llave a la belleza --una belleza tan descuidada. Sin embargo, las personas que ven no necesitan un museo como éste para encontrar esta llave a la belleza. La misma llave les espera en museos pequeños y en los libros sobre los estantes de bibliotecas pequeñas. Pero naturalmente, en mi tiempo limitado de visión imaginaria, elegiría el lugar donde la llave pusiera al descubierto los más grandes tesoros en el menor tiempo posible.
La noche de mi segundo día de visión iría a un teatro o al cine. Ya he asistido a obras de teatro de todos los tipos pero un acompañante debe deletrearme la acción de la obra en las manos. Pero ahora me gustaría ver con mis ojos la figura fascinante de Hamlet o el impetuoso Falstaff en medio de atuendos isabelinos coloridos. Cómo me encantaría seguir cada movimiento del agraciado Hamlet y cada puntal del cordial Falstaff. Y como sólo podría ver una sola obra me enfrentaría a un multi-dilema porque hay cientos de obras que me gustaría ver. Ustedes, en cambio, pueden ver lo que quieran. Me pregunto ¿cuántos de ustedes, al ver una obra de teatro, una película o cualquier espectáculo, se dan cuenta y agradecen el milagro de la vista que les permite disfrutar del color, gracia y movimiento de éstos?
Yo no puedo disfrutar de la belleza del movimiento rítmico, excepto en un círculo muy restringido al tacto de mis manos. Puedo imaginar tenuemente la gracia de una bailarina como Pavlowa, aunque conozco algo del deleite del ritmo, porque a menudo puedo sentir el ritmo de la música conforme vibra a través del piso. Puedo imaginar bien que el movimiento cadencioso debe de ser una de las visiones más placenteras del mundo. He podido reunir algo de esto al trazar con mis dedos las líneas del mármol esculpido. Si esa elegancia estática puede ser tan hermosa, cuánto más aguda debe de ser la emoción de verla en movimiento.
Uno de mis recuerdos más queridos es el de la vez que Joseph Jefferson me permitió tocar su cara y manos conforme repasaba algunos de sus gestos y discursos de la interpretación de su querido Rip Van Winkle. Fue así que pude captar apenas una mínima imagen del mundo del drama y nunca olvidaré el deleite de ese momento. ¡Oh, pero cuánto me pierdo y cuánto placer se deriva para ustedes al ver y oír la interacción entre del discurso y el movimiento en el despliegue de una actuación dramática! Si tan solo pudiera ver una obra de teatro, sabría cómo retratar en mi mente la acción de cientos de obras que he leído o me he transferido por medio del alfabeto dactilológico.
Así, durante toda la noche de mi segundo día imaginario de visión, las grandes figuras de la literatura dramática terminarían quitando el sueño de mis ojos.
IV
La mañana siguiente, agradecería por el amanecer una vez más. Estaría ansiosa por descubrir nuevos deleites porque estoy segura de eso, para quienes tienen ojos que pueden ver, el amanecer de todos los días debe de ser una revelación de la belleza constantemente.
De acuerdo a los términos de mi milagro imaginado, este sería mi tercer y último día de visión. No perdería mi tiempo en lamentaciones ni anhelos; queda tanto por ver. El primer día me dediqué a mis amigos, animados e inanimados. El segundo día me mostró la historia del hombre y de la madre naturaleza. Este tercer día lo pasaré en el mundo cotidiano del presente, en medio de las guaridas de los hombres que se ocupan de los asuntos de la vida. Y ¿dónde puede uno encontrar tantas actividades y condiciones del hombre si no es Nueva York? Así es que esta ciudad se convierte en mi destino.
Empiezo desde mi casa, en el calmado y pequeño vecindario de Forest Hills, Long Island. Aquí, rodeadas de áreas verdes, árboles y flores, hay casas pequeñas ordenadas, felices con las voces y movimientos de esposas y niños, paraísos de estancias tranquilas para los hombres que laboran en la ciudad. Me conducen a lo largo de la estructura de acero entretejido que atraviesa el East River y tengo una nueva y asombrosa visión de la fuerza y el ingenio de la mente humana. Embarcaciones atareadas ruidosas avanzan por el río --embarcaciones de alta velocidad, remolcadores imperturbables que resoplan. Si tuviera más días largos de visión por delante, pasaría muchos de ellos viendo la encantadora actividad sobre el río.
Miro al frente y veo ante mí las torres fantásticas de Nueva York, una ciudad que parece haber salido de las páginas de un cuento de hadas. Qué vista tan imponente, estas torres resplandecientes, los enormes bancos de acero y piedra --¡estructuras que los mismos dioses construirían para ellos! Esta imagen animada es parte de las vidas de millones de personas todos los días. Me pregunto cuántos las ven siquiera por un segundo. Temo que muy pocos. Sus ojos están ciegos ante estas vistas magníficas porque es tan común para ellos.
Me apresuro a la cima de una de esas estructuras gigantescas, el edificio del Empire State, porque ahí, hace poco tiempo, "Vi" la ciudad que está debajo, a través de los ojos de mi secretaria. Estoy ansiosa de comparar mi fantasía con la realidad. Estoy segura de que no me decepcionaría el panorama que se extiende ante mis ojos, porque para mí sería como tener la vista de otro mundo.
Ahora comienzo a andar por la ciudad. Primero, me detengo en una esquina concurrida, meramente viendo a las personas, tratando de entender, a través de sus ojos, algo de sus vidas. Veo sonrisas y me pongo feliz. Veo decisión seria y me siento orgullosa. Veo sufrimiento y soy compasiva.
Doy un paseo por la Quinta Avenida. Desenfoco mi visión para no ver ningún objeto en particular, sólo un caleidoscopio hirviente de colores. Tengo la certeza de que los colores de los vestidos de las mujeres moviéndose en una multitud deben de ser un espectáculo espléndido del que nunca me cansaría. Pero quizá, si pudiera ver, sería como la mayoría de las otras mujeres --demasiado interesada en los diseños y el corte individual de los vestidos como para ponerle atención al esplendor del color en la multitud. Y también estoy convencida de que me convertiría en una mira vidrieras empedernida porque debe de ser un deleite para la vista mirar la numerosa cantidad de artículos de belleza en exhibición.
De la quinta avenida, hago un recorrido por la ciudad --a Park Avenue, a los barrios bajos, a las fábricas, a los parques donde juegan los niños. Hago un recorrido de ama de casa visitando otros barrios. Mis ojos siempre están muy abiertos a todas las vistas de la felicidad y la miseria para investigar profundamente y añadir a mi entendimiento cómo trabaja y vive la gente. Mi corazón se llena de imágenes de cosas y personas. Mis ojos no dejan escapar ni un sólo detalle; se esfuerzan por tocar y mantener cerca cada una de las cosas que observan. Algunas vistas son hermosas y llenan de felicidad mi corazón pero algunas son rotundamente patéticas. No cierro mis ojos a estas últimas porque también son parte de la vida. Evitar verlas significa cerrar el corazón y la mente.
Mi tercer día de visión se acerca al final. Tal vez haya muchas actividades importantes más a las que les deba dedicas las horas que faltan pero temo que en la noche de ese último día me gustaría huir e ir al teatro nuevamente o a alguna obra divertidísima para apreciar los matices de la comedia que tiene el espíritu humano.
A media noche, mi respiro temporal de la ceguera cesaría, y la noche permanente me volvería a aprisionar. Naturalmente, en esos tres cortos días no habría podido ver todo lo que hubiera querido. Sólo en el momento en que estuviera completamente en la oscuridad me daría cuenta de cuánto me quedó pendiente por ver. Pero mi mente estaría tan llena de recuerdos gloriosos que tendría poco tiempo para lamentarme. A partir de entonces, tocar cada uno de los objetos me traería recuerdos vivos de cómo se veía ese objeto.
Quizás este breve esbozo de cómo pasaría tres días de visión no concuerde con el programa que ustedes tengan en mente si supieran que están a punto de perder la vista. Sin embargo, estoy segura de que si en realidad llegaran a enfrentar ese destino, sus ojos se abrirían a cosas que jamás hubieran visto, almacenando recuerdos para la larga noche que estuviera por venir. Usarían sus ojos como nunca jamás. Todo lo que vieran les sería agradable. Sus ojos tocarían y abrazarían cualquier objeto que estuviese dentro de su alcance de visión. Entonces, al fin, verían en verdad y un nuevo mundo de belleza se les abriría.
Yo que son invidente puedo darles una sugerencia a aquellos que ven --un consejo para todos aquellos que usen por completo el don de la vista: usen sus ojos como si mañana fuesen a perder la vista. Y el mismo método puede ser aplicado a todos los demás sentidos. Oigan la música de las voces, el canto de las aves, los maravillosos compases de una orquesta como si mañana fuesen a quedar sordos. Toquen cada objeto que quieran como si mañana tu tacto fuera a fallarles. Huelan el perfume de las flores, saboreen con gusto cada bocado como si mañana no pudieran oler o saborear de nuevo. Aprovechen al máximo todos los sentidos; disfruten todas las facetas del placer y la belleza que el mundo les revela a través de los distintos medios de contacto que la madre naturaleza les ofrece. Pero de todos los sentidos, estoy segura que la vista debe de ser el más encantador.
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