Tiempo
Tiempo
Todo comenzó una tarde extraordinaria junto a la puerta de entrada de la casa verde. Sans llegó solo, sudando gotas gordas que desaparecían cuando tocaban su camisa de algodón a cuadros. Los niños no lo vieron llegar porque estaban en la parte de atrás jugando en el columpio hecho con una llanta vieja de coche que Sans encontró a orilla de la carretera. Dejó salir una aspiración larga y extenuante desde su interior y sintió un alivio relajante. Cogió una silla de la mesa redonda y quitándose el sombrero comenzó a ventilar su cara y pecho. Arrastró la pesada carga que acababa de dejar junto a la puerta y se dispuso a desatar la bolsa. Metió la mano para explorar el contenido y sintiendo que no podría con una sola, metió la otra mano también. Sacó el contenido: una caja rectangular blanca con una cara de papel translúcido que permitía mostrar algo. Quitó los sellos delicadamente hasta que la tapa superior con ese papel casi transparente estuvo libre. Entonces deslizó la cubierta hacia arriba y un reflejo le iluminó la cara cegándole repentinamente la visión. Tomó aquel dispositivo entre sus manos y lo dejó expuesto sobre la mesa. Salió por el pasillo que daba a la parte de atrás y llamó a los niños pero su juego era más importante que cualquier llamado que viniera de su padre. Sans entró nuevamente y sacó algo más de la bolsa que contenía el dispositivo. Colocó delicadamente los objetos detrás de su dispositivo y lo miró con curiosidad. Buscó a los niños para darles una sorpresa pero no los encontró. Regresó a la mesa y notó inmediatamente que el dispositivo no estaba. Se alarmó y salió muy apurado por la puerta delantera pero no parecía haber nadie, tal como había sucedido hacía apenas unos instantes. Rodeó la casa esperando encontrar a los pequeños jugándole una broma pesada. De hecho llevaba en mente regañar a sus hijos y a cualquier otro niño que se encontrara con ellos por ser cómplices de tan mala jugada. Caminaba sigiloso, lento, en silencio, como espía de película de acción que no quiere ser descubierto. Avanzó pegado a los muros pero al parecer los niños iban más a prisa que él. Apretó el paso yendo cada vez más rápido hasta el punto de correr alrededor de la casa pero nuevamente encontró extraño no ver, ni escuchar indicios de los pequeños. Esperó en una esquina para ver si por casualidad alguien se asomaba pero nada. Regresó al interior de la casa por la parte trasera y al llegar a la mesa encontró que la bolsa que había estado completa hasta antes de salir se encontraba rasgada. Sans se alarmó: esto no era juego de niños. Alguien había irrumpido en la casa verde. Movió la cabeza para todos lados y se dirigió a la cocina primero. Tomo un cuchillo muy afilado y puntiagudo que pensó usar como arma para defenderse y se dirigió lentamente hacia las recámaras con la misma cautela con la que había buscado a los niños minutos antes. Escuchó murmullos que venían de alguna de las recámaras pero no podía saber de cuál porque las tres recámaras estaban cerradas. Puso su oído sobre la puerta de una de ellas pero no escuchó nada y continuó con la segunda. Cuando se disponía a colocar su oído sobre la ésta, un estruendo lo conmocionó y se asustó al grado de querer gritar pero se contuvo ahogando su grito desesperado. Las gotas gordas de sudor habían regresado a su cara y cuerpo pero ahora no eran por cansancio sino por el pavor que lo envolvía. Su corazón palpitó frenéticamente y sentía que su golpeteo era tan fuerte que podían oirlo quienes estaban dentro y fuera de la casa. Ahora estaba confundido porque no sabía hacia dónde dirigirse: continuar explorando las puertas o salir a enfrentar a quienes estuvieran afuera. Confundido, optó por salir del pasillo de las recámaras y se asomó discretamente para ver la puerta de enfrente pero todo lo que vio fue simplemente la puerta cerrada, hecho que despejaba la duda del estruendo que había escuchado segundos antes. Siguió por el pasillo trasero y notó que la puerta que daba al columpio estaba tal como la había dejado cuando entró después de buscar a los niños. Volvió a donde las puertas, pegó su oído sobre la segunda y oyó que de ésta provenían todos los murmullos. Asió el picaporte, al intentar girarlo notó que no tenía seguro como lo imaginó y entró de golpé. Nuevamente quedó atónito pues no había nadie dentro de la recámara y pensó que estaba enloqueciendo pero notó pedazos desgarrados de la bolsa que había traído. Esto lo tranquilizó pero los murmullos continuaban y se oían cada vez más fuerte y más cerca. Regresó y, sorprendido, notó que el dispositivo que había desaparecido hacía algún tiempo estaba nuevamente sobre la mesa. El reloj seguía marcando las 5:45: la hora que tenía después de haberle puesto las baterías. Miro a su alrededor pero no pudo comprender nada. Todo era extraordinario.
Muy bien construída la atmósfera de suspenso en tu relato. Espero más historias tuyas.
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