Mérida
Mérida Aquella mañana, la visibilidad en el camino era limitada. Al salir de casa y caminar sobre el césped, se podía observar cómo quedaban impregnadas las gotas de rocío sobre la superficie de los zapatos sin lustrar. La piel oscura del calzado absorbía la humedad y había una sensación de frío en los dedos de los pies. A lo largo del camino, mientras caminaba a prisa para llegar antes del toque del timbre de la escuela, la neblina opacaba su visibilidad. Sentía la humedad en su rostro. Pequeñas partículas de agua se adherían a sus pestañas y sobre el vello que crecía en sus brazos. Leyó el tiempo en su reloj de pulsera y se apresuró cuando ya quedaban tan sólo un par de minutos para el toque de entrada. Al llegar saludó a Rossy que siempre le sonreía y le recordaba nuevamente que debía ser más puntual, algo que jamás pudo ser. Al llegar al salón, ya estaban muchos de sus compañeros. Jota, como la llamaban todos, estaba junto a la ventana. Tenía la mirada puesta en algún punt